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¡APRENDE MÚSICA DE CINE EN SOLO 30 DÍAS! (2)

27/07/2022 | Por: Conrado Xalabarder
DEBATE

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Por Manuel Báez

  • Parte 2: La formación

Si en el anterior artículo escribía sobre la problemática que rodea a los nuevos sistemas de la producción artística, entre los que destaqué diversos aspectos (la creación de necesidades y la reeducación de la audiencia, la falta de interés en arriesgar o la mayor tendencia por apostar por modelos de bandas sonoras clónicas, en lugar de apoyar figuras creativas con talento y conocimiento), ahora voy a centrarme en el modelo educativo y social y cómo afecta a la renovación de los compositores que, por desgracia, nos han ido – e irán – dejando. Intentaré utilizar un enfoque basado en aspectos de la psicología social y del aprendizaje, más que de sociología o música propiamente dicha.

Si bien hoy hay ventajas evidentes en el aprendizaje, como la educación online o la mayor oferta de titulaciones (académicas o no) relacionadas con la creación de bandas sonoras y respecto a la composición, el modelo actual apunta hacia el aprendizaje inmediato. Son dos problemas a analizar: el primero se refiere a la imposibilidad de la alteración de la curva de aprendizaje. Los seres humanos somos finitos en nuestras capacidades y necesitamos un tiempo para aprender y aprehender lo aprendido, para interiorizarlo. Es imposible aprovechar un curso de 30 días o tres meses si no se tiene una importante base previa y el curso es un mero complemento. Es más, en pleno Siglo XXI, y dada la heterogeneidad de los productos audiovisuales, se necesitan capacidades altísimas para componer bandas sonoras y que las composiciones no se basen exclusivamente en los clichés de moda.

Es evidente que el conocimiento de la armonía, o las armonías (tonalidad, atonalidad, modalidad, teorías estructurales) se antoja necesario en un ámbito como el cine. Lo mismo ocurre con la instrumentación, con el conocimiento de las estructuras musicales, de la métrica y el ritmo, el desarrollo melódico… no hablo de un plano clásico, pues un enfoque clásico y uno moderno son complementarios en el mismo o diferentes compositores, sino de un terreno que se tarda años en comprender y más años en dominar e interiorizar para que las composiciones no suenen a ejercicio. Un buen profesor o método de composición debería hacer que los alumnos se rompieran la sesera durante semanas viendo todas las particularidades y aplicaciones de un solo recurso compositivo. Uno no estudia intercambio modal en un libro y lo aplica, por muy bueno que sea el libro y muy dotado que esté como músico. Eso es irreal. No hay una fórmula mágica, por mucho que un buen método de aprendizaje permita recortar tiempos. No vivimos en Matrix: si quieres saber Kung-fu o armonía es imposible hacerlo con cursos exprés. Esto no implica que un curso corto no tenga calidad, simplemente vengo a recordar que se requiere muchísima práctica. Así, un buen curso de nivel medio o avanzado de nueve horas/clases, sea presencial, en streaming u online, va a requerir semanas e incluso meses de trabajo para dominar las herramientas, y bastante más tiempo en que estas se interioricen, de forma que su uso resulte natural. Esto es más radical cuanto más avanzadas son las materias a tratar, en términos generales; por supuesto, hay excepciones y personas geniales que no requieren el mismo tiempo, pero el tiempo sigue siendo un factor a considerar.

Por otra parte, deberían tenerse conocimientos sobre guion (más bien avanzados) si nos interesa hacer una música narrativa. Es difícil hacerlo sin ser capaz de analizar conceptos narrativos de gran complejidad, que organizan el tiempo (las diferentes secciones, los momentos de resoluciones, tensiones, modulaciones, transformaciones motívicas) y el tempo musical. Además, también hay que comprender el cine: no digo que un músico deba ser un director, director de fotografía, etc, sino que tiene que tener unos conocimientos mínimos que le permitan desarrollar herramientas para analizar diferentes aspectos de la obra en conjunto para que la música forme parte integral de la misma. No se pueden aprender tantas materias en tres semanas o tres meses, por mucho que uno haya visto cien películas. Y es justo lo que venden esos cursos que anuncian a bombo y platillo un aprendizaje exprés y a lo que empuja el sistema de si conlleva esfuerzo y tiempo, es que está mal hecho. Un sistema de vendehúmos y telepredicadores.

Como ejemplo, recientemente compré un curso de armonía avanzada de apenas nueve horas que sé que me llevará uno o dos años poder dominar. El problema no es que sea un mal método, ¡es que es bueno!: cuanto más avanzado es el aprendizaje, más se tarda en aprender algo nuevo, como he explicado antes. Esto, que en psicología conocemos como la curva del aprendizaje, en la que primero avanzamos muchísimo en poco tiempo, adquiriendo habilidades de menor complejidad, y posteriormente la ratio de tiempo invertido para seguir adquiriendo habilidades se multiplica. Sería algo así:

Esto, que parece obvio, no lo es en la práctica: podríamos hablar de otro fenómeno de psicología, el sesgo retrospectivo o el efecto retrovisor. Según el cual cuando conocemos un hecho probado o que ha sucedido como consecuencia de algo, lo juzgamos previsible. Sin embargo, si vemos la cantidad de cursos ofertados para aprender a componer bandas sonoras sin saber armonía, leer solfeo o estudiar algún instrumento, queda patente que no parece tan obvio, sobre todo porque mucha gente se matricula. La realidad es que estos cursos no se adaptan a la curva de aprendizaje y es muy difícil aprender a componer música para audiovisuales (sean bandas sonoras de películas, cortos, audiovisuales, o jingles de anuncios) sin saber música, a no ser que no nos importe que el resultado sea genérico e intercambiable por cualquier otra banda sonora. Con esto no digo que todos los cursos que se ofertan en esos términos sean malos, los hay muy completos que utilizan el aprende a componer bandas sonoras sin saber solfeo en treinta días y, una vez dentro del curso, tienen partituras o secciones analizadas minuciosamente. Pero necesitan el en X días/semanas como gancho, porque hoy la gente no acepta como natural que el aprendizaje requiere tiempo.

En cuanto al segundo problema que se nos presenta, Tony Domenech, el teórico musical y youtuber (con el nick Countblissett), lo ha comentado en varios vídeos referidos a este ramo de la música: igual que hay un periodo de aprendizaje inicial, lo hay que dura toda la vida y que requiere reposo, descanso y períodos que permitan seguir estudiando. John Williams hizo su primer trabajo cuando era un músico adulto, con una gran trayectoria a sus espaldas, y con un conocimiento enorme de la música (y la narrativa). Su ejemplo se puede aplicar a otros grandes. Sin embargo, cuando surgen compositores nuevos, como Ramin Djawadi o Lorne Balfe, tienen que hacer bandas sonoras en tiempo récord y pronto comienzan una vorágine en la que se les sustrae algo necesario para seguir creciendo como compositores de bandas sonoras: el tiempo, tanto de estudio, como de reflexión.

Este tema explica perfectamente el proceso de estancamiento de compositores que destacan muy jóvenes, cuando tienen algunos recursos que manejan bien, pero no han desarrollado todo su potencial: sin tiempo para seguir creciendo, para seguir aprendiendo y, lo que es más importante, aprehendiendo, es lógico que se estanquen, porque terminan usando siempre los mismos recursos y acudiendo a clichés. Es más, pueden terminar olvidando conceptos porque no hay tiempo para reflexionar, corregir errores al analizar sus propios trabajos... Es lógico, y no es tanto una elección personal como una obligación si quieren seguir ganándose la vida en un mercado en el que -y este problema lo trataré en otro artículo- un descanso es visto como el olvido por la industria y hay que componer y orquestar bandas sonoras en plazos de tiempo imposibles para la reflexión sosegada.

Lo mismo ocurre con el tiempo para componer, para pensar la banda sonora desde la narrativa o los aspectos psico-afectivos y, por supuesto, para dejar macerar las ideas principales unos días y poder distanciarse del enfoque inicial, que bien puede estar errado. Si el tiempo para hacer una banda sonora es de un mes, es difícil distanciarse de las ideas. Esto no implica que no se puedan componer bandas sonoras u obras en ese escaso margen: todos conocemos casos, igual que Dostoievski escribió el jugador en 48 horas o Mozart escribía algunas obras en horas, pero hablamos de dos genios con un nivel superlativo que, además, estaban tremendamente curtidos en sus habilidades, no de personas que aún las están desarrollando y tienen un amplio potencial de mejora. Esto también entronca con otro problema añadido, la juventocracia y cómo esta afecta especialmente al ámbito artístico y creativo, tema que trataremos en el próximo artículo.

Por último, no me gustaría cerrar sin referirme a otro fenómeno que afecta a la formación temprana y a las nuevas generaciones (sobre todo, aquellas expuestas al cambio de paradigma experiencial que ha supuesto internet desde la infancia), pero también a personas de más edad: la saturación informativa o sobreexposición. Este fenómeno, que ha sido analizado en múltiples ocasiones, se refiere a una saturación de información que hace que la forma de procesar la misma se vea alterada. Es fácil pensarlo en términos de música si los de treinta y muchos en adelante se remiten a su propia juventud, cuando comprar un disco era todo un acontecimiento. Abrir el libreto, palpar el disco… todo se convertía en un ritual de iniciación a una nueva experiencia. No importa si hablamos de Cds o de vinilos, pues el ritual y la forma de afrontarlo era similar. Después venía un período en el que hacíamos una escucha activa progresiva: primero escuchábamos el disco entero varias veces, hasta aprenderlo de memoria para, después, comenzar a fijarnos en cada detalle, en todos los elementos que convertían sus canciones o sus piezas en algo único, que le otorgaban identidad. En cambio, hoy tenemos Spotify, YouTube, Soundcloud… eso, que no es negativo en absoluto, sí que ha provocado una sobreexposición de información que hace que cambiemos de música muy rápido y que exploremos muchas piezas diferentes, pero sin demasiada profundidad, algo que influye en la noción de música, no solo de los propios oyentes, sino de los compositores. La música parece volverse menos detallista, si hablamos en términos generales, con menos matices. Busca captar la atención pronto, atrapar rápido al oyente. Si una música requiere un desarrollo y una escucha activa, es un problema, porque probablemente no realicemos esa escucha activa. Se nos bombardea constantemente con novedades y el proceso de descubrimiento y posterior escucha activa sufre. Así, el público cambia y requiere una música menos matizada (con menos transformaciones temáticas, con menos melodía, con menos dinámicas intermedias y más dinámicas abruptas), lo que hace que, a su vez, la industria y los propios compositores cambien: no solo cambian para ofrecer lo que se demanda, sino que su propia percepción de los matices, de la estructura interna y el desarrollo motívico-temático se ve alterada.

Pareciera que hemos perdido la costumbre de prestar atención a esa cantidad ingente de pequeños detalles, y no hago una defensa del barroquismo mal entendido (no como la maravillosa música barroca sino como la complicación por la complicación), sino que apunto un problema que nos está afectando a todos. Yo no escucho de forma activa igual la banda sonora de una película de John Williams, un disco de Yes, un disco de Queen… que una banda sonora del año 2015 o un disco actual. En cierto sentido, es como si fuéramos menos propensos a fijarnos en los matices, en la riqueza de los pequeños detalles. Somos capaces de hacerlo con aquella música con la que sí practicamos en su momento esa escucha activa, pero no con las nuevas músicas, donde nuestra propia mentalidad cambia por la sobreexplotación. Y esto afectaría más a las personas que se han formado con internet como medio de comunicación masivo desde su infancia: tienen capacidad de escuchar muchas cosas, de cambiar el chip rápidamente, pero hay una sobreexposición que, a su vez, limita la capacidad para profundizar. Algo crucial en la música (de cualquier tipo), pero más en un arte complejo como el cine, en el que se conjugan diferentes artes para generar un producto cuya complejidad puede ser elevadísima.

El todo es más que la suma de sus partes. Pero, ¿somos capaces de prestar atención a todas esas partes, o este nuevo sistema de información masiva nos ha obligado a limitar el todo y sus partes?

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