(contiene spoilers)

Con el referente del filme de 1974 con música de Richard Rodney Bennett, lo mejor que podían haber hecho tanto Kenneth Branagh como Patrick Doyle es alejarse de él y procurar evitar las comparaciones. Y se han alejado y lo han evitado, aunque no del todo, pues el tema del tren tiene también un punto jocoso, ligero y desenfadado, si bien no con el aire a grand guignol de Bennett, quien con su vals invitaba a los espectadores a sumarse a la gran fiesta del tren de la muerte (como irritado lo proclamó Bernard Herrmann). Al contrario, es un tema que tiene una factura semejante a series televisivas de época tipo de Downtown Abbey (10).

Pero en el filme de 1974 la música del tren era el tema principal de la banda sonora, su eje vertebrador, y en esta nueva versión las cosas cambian sustancialmente. Y a peor. Tres son los temas centrales de la banda sonora de Doyle, y junto a estos actúan también temas secundarios para las acciones de las primeras secuencias, con referencias étnicas, para la ambientación (temas preexistentes en diégesis), para momentos de misterio y otros dramáticos para algunas de las explicaciones individuales. Un cierto exceso en el uso y la preponderancia que se les da a estos temas contribuyen a menguar el protagonismo de los tres grandes temas -el principal y los dos centrales- que quedan finalmente diluidos en una creación que acaba por desdibujar aquello que quiere explicar, y no solo por esa preponderancia de músicas menos relevantes.

1. Tema principal: es el tema central que se aplica a los acontecimientos que dan origen a todo, el secuestro de la niña Daisy Armstrong y las funestas consecuencias en su familia. Es, pues, un tema musical que se refiere al pasado y que se trae al presente para sostener el relato tanto en flash-back como en las acciones de los personajes. Es una música absoluta protagonista, tanto como para imponerse de modo rotundo a los otros dos temas centrales pero especialmente para hacer que toda la pelícua gire en torno a ella. El asesinato del millonario Mr. Ratchett, y esto es determinante, es explicado con este tema, lo que hace que se ponga énfasis mucho más en la motivación que en la acción. Es una melodía bella, dolorida y elegante, que para remarcar su protagonismo abre los créditos finales en forma de canción, cantada por la Michelle Pfeiffer, cuyo personaje lidera el complot.
2. Tema central del tren: el que en el filme de Sidney Lumet fuera el tema principal aquí acaba por ser un tema central, pero de escasa relevancia. Tiene un tono ligero, desenfadado y genera unas expectativas que finalmente son abortadas: comienza a sonar en las escenas de Estambul, lleva a personajes y a espectadores hacia el tren y, como es esperable, acompaña espléndido la salida del mismo. Pero ahí se queda. Las siguientes tomas del tren en marcha son acompasadas desde la música de un gramófono, quitando así toda relevancia al tema del tren. ¿Para qué haber generado, pues, la expectación de festín de la muerte, si nada de eso luego tiene lugar?
3. Tema central de Poirot: El protagonista quiere ser explicado también con música y se le atribuye un tema musical que pretende, sin conseguirlo, mostrar sus flaquezas emocionales. Se inserta en algunos momentos, pero son dispersos (por la propia trama del filme) y es una música que en ningún momento acaba de enraizar con su propietario, llegando a rozar el ridículo en una penosa escena de dudas, en la soledad su compartimento, y la completa intrascendencia en la escena final. Ello se debe no solo a la falta de desarrollo del tema o al poco espacio que se le deja sino especialmente a que es relativamente similar al tema principal, mucho más omnipresente, lo que acaba por ser confuso y derivadamente hacer de este tema un elemento poco útil cuando no abiertamente inútil.

Esta es una película que se presenta musicalmente como lo que es, un filme de crimen y de misterio, pero que se ocupa mucho más de enfatizar las razones que dan lugar a ese crimen y su misterio, lo que en sí no es negativo, sino una opción de relato. Sin embargo, se malogra con la imposición de otras líneas musicales narrativas que o bien no conducen a nada (tema del tren, temas secundarios de algunas explicaciones) o bien despistan el foco de atención, como sucede con el tema de Poirot. Todo ello, unido a la falta de pulso del propio filme, un guion literario deficiente y algunas escenas que bordean el ridículo dan como resultado que la que podía haber sido una banda sonora expiatoria de gran calado dramático acabe descarrilada.