En la Inglaterra posterior al final de la Primera Guerra Mundial, una escéptica investigadora de fenómenos paranormales ve tambalearse sus convicciones cuando llega a un internado masculino para demostrar la ausencia de espíritus en él.
Más allá de la mera recreación ambiental del misterio, en la que el compositor se muestra muy eficiente y solvente en particular por evitar la materialización o concrección del peligro en forma de una música racional y, por el contrario, levantar un sólido muro de música turbulenta e indefinida, que genera una mayor inseguridad, es especialmente notable la música que intenta desarrollarse como contrapunto de aquella y que experimenta un proceso de evolución no exento de ciertas dificultades, por el contraste. Esta otra sí es una música materializada y concreta, y en realidad pone en primer plano un gran grito de desolación y dolor, refinado y elegante, pero aparentemente demasiado frágil y vulnerable como para poder sobrevivir al impacto de la música hostil, aunque finalmente logra resistir, liberarse y expandirse en un final abierto y eufórico en el que sin embargo hay algunos restos musicales que impiden que esa conclusión sea enteramente triunfante. Es la sutileza del conjunto el mayor logro del autor.