Un grupo de norteamericanos que trabajan en un edificio de Bogotá, Colombia, son encerrados en su lugar de trabajo mientras una voz les anuncia un juego en el que han de matar para no morir.
El compositor firma una banda sonora que pretende recrear un entorno de asfixia, claustrofóbica y demencial, pero que acaba por ser monótona y falta de cualquier interés. La música electrónica sirve efectivamente para expandir toxicidad al ambiente, pero la falta de inserción de cualquier elemento dramático significativo, que posicione al espectador y lo haga partícipe, deja a los personajes en una situación plana y mecánica, sin alma. Así, la música hostil acaba por resultar familiar y previsible, el espectador se acostumbra a escucharla u oirla y no surge otro efecto que el de la indiferencia y monotonía.