En un caluroso día de verano en Oslo, los muertos despiertan misteriosamente y tres familias se ven sumidas en el caos cuando sus seres queridos fallecidos vuelven a ellos.
En esta película, donde apenas hay diálogos, los efectos sonoros y la música contribuyen a crear un entorno turbio y también dramático. El filme arranca con un coro entonando la evocadora canción God So Loved the World (Dios amó tanto al mundo) y es también del todo esencial otra canción, la francesa Ne me quitte pas (no me dejes), oportunísimamente inyectada en un montaje paralelo de secuencias que unen a los vivos en su desolación y vacío al sentir lo mucho que necesitan a los muertos que han regresado pero que también parece ser la expresión de lo que los zombis sienten estando de regreso con sus seres queridos aún vivos.
En lo que concierne a la música original, cala paulatinamente, muy espaciada, evocando e impregnando sensaciones de soledad, de desaliento, de inquietud y también de ternura y anhelo, con una música dramática lamentativa, conmovedora, que llega a su cénit en la parte final.