Un farero y su joven esposa encuentran en el interior de un bote un hombre muerto y un bebé al que adoptan sin informar a las autoridades. Todo se complica cuando descubren que la madre biológica del niño está viva.
El compositor enfatiza el sentido de gran melodrama del filme, con una banda sonora que discurre en tres terrenos: en primer lugar el lírico y bucólico para el entorno casi paradisíaco que rodea a los protagonistas; en segundo lugar, música dramática para ir paulatinamente quebrando el anterior, de modo que ese mundo de ensueño se desmorona a medida que se suceden los acontecimientos; finalmente, en tercer lugar, melodías de aires clásicos para dar al conjunto un tono de exquisitez, que resulta algo impostada.
Es una banda sonora de bellas melodías, pero de demasiadas melodías bellas, que acaba por resultar algo plana, saturante y por tanto perdiendo la signifación que quiere transmitir. Hay momentos interesantes, como los que evocan -solo es una referencia- a John Barry por su belleza triste y afligida, pero la ausencia de estructura sólida y de un discurso narrativo comprensible la convierte no en una música para explicar sino simplemente para gustar.