Dos amigos de la infancia, que fueron separados por haber mantenido relaciones, se reencuentran años después, y ambos ponen en marcha una película en la que rememoran su historia con un sacerdote que abusó de uno de ellos.
Este bellísimo filme sobre expiaciones, asuntos del pasado y anhelos de futuro, se apoya en una creación musical en apariencia tan compleja como la propia narración, pero en la realidad es clara y sencilla, lo que ayuda a hacer más entendible y asumible los distintos saltos en el espacio y en el tiempo.
El compositor trabaja en derredor de tres ejes melódicos principales: música de cariz turbulento, temas de corte religioso y un símil de jazz que se interpone entre las dos anteriores. La película se inicia con unos créditos en los que la contundente música podría recordar la de Bernard Herrmann para algunas obras de Hitchcock, pero solo en apariencia, ya que lo que se escucha lleva bien impresa la firma de Iglesias, aunque en el devenir del filme la partitura asuma algunos -solo algunos- postulados herrmannianos de Vertigo (58), especialmente por su intención de resaltar la desesperación de los personajes. Este tono oscuro adereza el suspense, pero es más eficiente para conducir a los protagonistas hacia sus inexorables destinos, como expresión de una fatalidad anunciada y de lo obsesivo.
En este sentido, la banda sonora tiene un tono expiatorio algo trágico, pero contenido. Se contrapone al otro gran eje, una música entre angelical y religiosa apoyada por delicados coros infantiles que, además de emular la época colegial, sirve también a los propósitos de resaltar una inocencia en estado puro que pende bajo la amenaza de su corrupción, lo que también es expuesto en la música de Iglesias, de manera sutil pero también implacable. Así, el compositor consigue dar una cierta unión a ambos bloques musicales y estilísticos, que contrasta pero que se alimentan entre sí.
Un tercer eje es más sencillo y circunstancial, y se corresponde a la cálida música que, con el liderazgo de un saxo, apoya los momentos carnales. Se trata de unas piezas de tono lascivo que se aplican en secuencias sexuales y también en los créditos finales, en obvia relación con el anhelo de posesión de algunos de los personajes. Pero también son fragmentos que se interrelacionan con los anteriores, aunando en algunos casos el deseo con el sentido de la culpa y, en otros, buscando un tono más diferenciado.
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