Precuela de The Wizard of Oz (39), sobre un mago de circo de dudosa reputación que abandona Kansas y se traslada al brillante País de Oz, seguro que la fama y la fortuna le sonreirán. Pero las brujas del lugar dudan de su categoria como mago y todo serán problemas para él.
El compositor despliega una amplia, suntuosa y enfática banda sonora, sencilla en su estructura pero rica en matices y elaborada en su desarrollo, que vertebra en derredor de un poderoso y muy retentivo tema inicial destinado a convertirse en el principal, eje absoluto sobre el que gira el resto de la creación. Este es un tema cambiante, frecuentemente variado y transformado, que arranca en forma de vals grandilocuente y hasta pomposo, apoyado con coros, y que hace discurrir por terrenos más sentimentales e íntimos, siempre como referente del mundo idílico (pero peligroso) en el que el protagonista se adentra. Destina otros temas para situaciones o personajes concretos (como las brujas), pero ninguno de estos logra, aunque alguno lo intenta, ensombrecer la arrolladora presencia del tema principal, que logra terminar el recorrido por la película de modo esplendoroso, hasta llegar a un muy bello final.