En Francia, a principios de la Segunda Guerra Mundial, una religiosa descubre que los nazis han instalado un campo de concentración. Junto a algunos hombres de la ciudad y otras monjas trama un plan para intentar liberar a los cautivos.
El compositor aplica una bella, intensa pero dispersa creación dispuesta al servicio de un filme que es deliberadamente hagiográfico, y en el que por tanto las músicas se focalizan hacia la exaltación sin quiebro alguno del personaje retratado: hay músicas para enfatizar el peligro y la maldad y otras para ensalzar la bondad y espiritualidad. Todo ello estructurado en un notable, excelso tema principal devocionado a la figura de la monja protagonista y que alcanza su plenitud al final, cuando la música la trasciende y eleva. Es un momento excelso, que merecía haber hecho sacrificios para llegar a él: el desarrollo de la música es muy irregular y se cometen algunos errores que perjudican el conjunto, tales como su excesiva fragmentación, que rompe el continuum e impide la concentración del espectador en el fluir del discurso de la música, la confusa estructura temática, o los excesos en el tratamiento ensalzador del personaje protagonista, nada moderados y sí muy precipitados, cuando se podía y debía dosificar y mantener un crescendo dramático y narrativo que llevase a ese final, al que se llega con todo saturado. También hay dispersión melódica en temas similares que generan cierta confusión, aunque en este punto se debe decir que sí quedan claras cuáles son sus intenciones.
Con todo, es una banda sonora elegante, limpia, honesta, exquisita en todos y cada uno de sus temas, y que sabe jugar muy bien al diálogo entre oscuridad y luz, lo que finalmente acaba siendo lo más destacable del filme.