Desenfrenada y exagerada parodia sobre la multitud de tópicos de la España anacrónica y marginal, atribuido en la figura de un soez y desagradable policía corrupto y fascista que actúa al margen de una ley que dice proteger: En realidad, su único interés es sacar beneficio propio, bien robando los botines de los delincuentes o bien estafando a honrados ciudadanos, para lo que llega a utilizar sin consideración alguna a su propio padre.
El filme incluye una serie de canciones que inciden en el entorno vulgar y paleto del protagonista. La partitura del compositor se escapa de esas atribuciones y asume un cometido bien diferente. Entre sus muchas características destaca, ante todo, el uso que hace de una partitura sinfónica para hacerla funcionar por contraste y causar de este modo un efecto impactante. La melodía es muy seria y alcanza por momentos una solemnidad majestuosa más propia de un título de exaltación militar, por ejemplo, que no de este tipo de comedias. Pero precisamente es esto lo que permite darle el tono grotesco que necesita el filme. La grandilocuencia de la partitura no hace sino corroborar su espíritu deliberadamente artificial y exagerado. Es una pauta que se marca desde el mismo comienzo y ya no para hasta el final del largometraje.