La comedia es un género particularmente complicado para un compositor, especialmente en lo que concierne al tono, que debe ser el justo y equilibrado para evitar el riesgo de resultar ridículo, pues nada hay peor que pretender ser gracioso y no serlo: en un filme de terror, por ejemplo, un compositor puede fracasar por no saber transmitir miedo, pero eso en todo caso no será algo que al espectador le condicione, ya que probablemente ni se dará cuenta de que la música existe. En la comedia, sin embargo, es más probable que ante una banda sonora desequilibrada, el espectador se dé cuenta de que pretenden condicionarle, y entonces considerará la música una impostura molesta y hasta ofensiva. Porque en este género la música queda mucho más expuesta los resultados pueden llegar a ser patéticos.

Hay una vía sencilla de crear una banda sonora para la comedia y una algo más complicada. La sencilla consiste sustancialmente en edificarla en derredor de un gran tema principal que el espectador retenga como referente y luego completarla con uno o dos temas centrales, más la música de relleno, para la estructura definitiva. De este modo, y si los temas musicales tienen bien definidos sus códigos genéticos (lo que exponen, lo que significan o lo que representan), entonces fácilmente se hace entrar al espectador en el juego. La vía algo más complicada es precisamente la que ha tomado el compositor, que juega la baza de un aparente caos -muy controlado- que se sustancia en una partitura que viene a ser como un viaje donde los raíles (y por tanto la principal referencia) es la música tradicional navideña. En lo demás, ninguno de los temas centrales (que los hay) consiguen tener un protagonismo racional o emocionalmente evidente, pues quedan ahogados en un mar de músicas deliberadamente desordenadas, que impiden ese protagonismo. Por tanto, sustancialmente esta creación consiste en ir hacia delante sin mirar atrás (lo que significa que el espectador queda absolutamente en manos del compositor, sin poder tener control -racional o emocional- de la música). Es un riesgo calculado, pero un riesgo a fin de cuentas, básicamente por la posible sobresaturación y los excesos que puedan cometerse. Lo que pasa es que, en este caso en concreto, y habiendo algunos excesos, el compositor contribuye decisivamente a aportar un tono caótico y frenético, lo que se adecúa a lo que realmente necesita la película. Pero la suya no es en absoluto una música de relleno, superficial o banal. Bien al contrario, es elaborada y refinada, en determinados momentos incluso demasiado para lo que supone la propia película, pero la clave consiste en que, cuando la película haya terminado, el espectador tenga la sensación de que acaba de bajar de una montaña rusa donde ha recibido distintos impactos emocionales (también la ternura), sin que sea consciente de lo mucho que le ha influido la música. Es una opción de construir una banda sonora.