Este mediometraje concentra en su media hora muchas de las constantes del director que son volcadas en una explosiva caracterización de un personaje turbulento, inestable e intensamente emocional, interpretado por una Tilda Swinton que deja escaso espacio para ser complementada con la música. ¿Qué aporta Alberto Iglesias a la sufrida mujer y al conjunto del filme, más allá de lo básico del acompañamiento? Ante todo y sobre todo una música de altura y nivel como casi siempre en él con finezza y meticulosa exactitud en aquello que pretende ir pautando, modulando y subrayando. Es difícil, sin embargo, que el compositor pueda ir a la par que la protagonista pues la música necesita tiempo para calar y eclosionar y ella es demasiado cambiante y da giros súbitos que obligan a la música a reducirse a lo elemental y a la inmediatez, sin oportunidad de aportar algo que no esté ya suficientemente explicitado en el recitado y en la interpretación.

Almodóvar e Iglesias juegan hábilmente la baza de la artificiosidad, la teatralidad: todo se explica en un escenario -en este caso, un plató-, que es mostrado como tal y en el mismo incluido el personaje como parte de un todo, y así sucede también con la música que acaba siendo algo así como un decorado emocional, una suerte de miniatura de lo que es la sufrida mujer, posicionándose bien desde su perspectiva y en contra de lo que la audiencia de esa representación cree estar viendo (por ejemplo la desententida música de lo que será un acto reconocidamente escénico en la toma de pastillas) o bien concentrándose de modo preciso y conciso en puntos concretos que sí se insertan piel adentro del personaje.

Esta es una banda sonora que sustancialmente une en retazos diversas creaciones del compositor para el director: a la mencionada se unen temas preexistentes de Hable con ella (02) Los abrazos rotos (09) La piel que habito (11) o Los amantes pasajeros (13) empleadas probablemente para crear sinergias autoreferenciales o por falta de tiempo para completar la película.

Esta es una creación que, como sucede con algunas bandas sonoras, no se puede juzgar si no es desde la propia opinión, puesto que ni tiene aciertos estructurales ni errores narrativos que puedan resultar incontestables o debatibles, en tanto no juega a esas bazas. Es una creación sobre cuyo impacto y la impresión que genera no se puede discutir, sino simplemente compartir. Para quien esto escribe, apreciando sus muchas virtudes, resulta ser una aportación hermosa pero débil, algo caricaturesca, y demasiado simplificada. Pero es que tampoco el filme daba más margen de maniobra.