Dos hermanos demonio planean escapar del infierno, y para poder hacerlo deberán enfrentarse a su mayor archienemigo, una monja demoniaca seguida por un par de adolescentes góticos.
Aunque lejos de los logros alcanzados en la maravillosa Coraline (09), la anterior película del director, la música de Coulais es uno de los elementos más sobresalientes de esta película no del todo conseguida a causa principalmente de un guion que pretende abordar un exceso de asuntos (el trauma infantil, la identidad de género, la corrupción en la Iglesia, la muerte, la ambición desmedida, etc), pero sin apenas profundizar en ellos ni cohesionarlos. El compositor mantiene su música en la línea argumental y secuencial, según se suceden los acontecimientos y según reaccionan e interactúan los personajes. En ocasiones son meros subrayados que dan énfasis a lo que ya está en la escena y en otras contribuye a trascenderlo, siquiera ligeramente, aportando nuevas dimensiones.
Inicialmente hay una deliberada anarquía y caos en la música, lo que es de gran ayuda, pero ese desorden se acaba volviendo en contra porque genera confusión que se palía solo parcialmente por el uso de voces, coros y la música de aires infantiles -aplicadas al entorno de la niña protagonista-, que contribuyen a dotar de unidad estética y cohesión narrativa al conjunto y sirven de vía por donde discurre y se desarrolla la dramaturgia principal que aporta el compositor. Hay músicas también para lo cómico, lo animado, lo grotesco y por supuesto lo sentimental, y se alcanzan algunos momentos sublimes y muy bellos. Pero pese a sus muchas virtudes musicales, cinematográficamente no eleva al filme en parte por el uso gratuito de algunas canciones que quiebran la dinámica musical, aunque otras (las del propio Coulais) que sí se integran en el conjunto, como las estupendas Raising the Dead y Scream Faire.