Ayer publiqué el vídeo que, bajo el título La trilogía satánica de Goldsmith, planteaba si el compositor se había equivocado aceptando trabajar en dos filmes mediocres con el riesgo de dilapidar lo aportado en The Omen (76), que le reportó su único Oscar. No es un planteamiento baladí: ¿realmente vale la pena comprometer lo alcanzado lanzándolo a la basura de lo mediocre?. Es exactamente lo mismo que planteé, hace algo más de un año, sobre la participación de John Williams en la segunda parte de Jaws (75), pero en el vídeo que hice (ver aquí) mostré y demostré que no fue un error sino un acierto, porque Williams no repitió lo que ya había hecho sino que innovó, aportó cosas nuevas, que no sacó a la secuela del cubo de la basura pero sí dio una nueva lección de música de cine. En los cubos de basura se encuentran auténticas joyas musicales.
Llevaba mucho tiempo queriendo poner lupa a la trilogía satánica de Goldsmith para estudiarla y diseccionarla. Tras hacerlo me he llevado una doble sorpresa: una realmente triste y la otra absolutamente eufórica. Del The Omen original ya había hecho hace siete años dos vídeos (un título, El poder del mal, y dos partes: la destrucción y la imposición) -se pueden ver aquí-, que ahora simplemente he mencionado para poder centrarme en sus dos continuaciones, Damien: Omen II (78) y The Final Conflict (81), películas de las que tenía un vago recuerdo, cuyas músicas he escuchado incontables veces, pero sin memoria de cómo funcionaban en sus contextos.
Lupa en mano y mirando la película y no el ombligo propio -que es como se deben analizar las bandas sonoras- salen a relucir muchísimas cosas imposibles de ver con la escucha o por supuesto con la memoria. Lupa en mano lo de Damien: Omen II es absolutamente inexplicable: ¿cómo es posible que Goldsmith hiciera algo tan mal hecho? Falta de oficio o inteligencia es imposible, ¿desinterés o desidia? Es posible: cualquier artista, por genial que sea, tiene etapas con menos inspiración, ganas, ánimos o incluso sobrecarga de trabajo que le impide poner toda su concentración. Ese 1978 Goldsmith firmaba cuatro bandas sonoras espléndidas: The Boys from Brazil, Coma, Capricorn One y The Swarm, película esta última infame pero con una música cinematográficamente espléndida, una de tantas demostraciones de que la idea algo extendida de que una mala película no puede tener buena música de cine es una completa estupidez. Goldsmith lo volvió a evidenciar con The Final Conflict, película ridícula pero con una aportación musical que, para mi sorpresa y mi emoción (que ha sido enorme), se me ha revelado como sublime en lo cinematográfico. Había leído lo que tanto Joan Bosch como Christian Aguilera dejaron escrito en sus respectivos libros (ambos positivamente reseñados en esta web) sobre esta obra: el análisis de Bosch, aunque con varias lagunas, es bastante acertado (no porque lo diga yo, sino porque lo corrobora la película), pero en el caso de Aguilera el análisis y la nada es exactamente lo mismo (no porque lo diga yo, sino porque lo corrobora la película). En cualquier caso, lupa en mano se muestra y se demuestra la inmensidad de Goldsmith en la tercera entrega de la saga, que hace olvidar y hasta perdonar el bochorno perpetrado en la segunda: hasta el cuervo y su onomatopeya producen sonrojo.
Ya tengo unos cuantos vídeos hechos analizando a Goldsmith, y en 2024 quiero hacer muchos más, con él siempre hay cosas fascinantes que explicar, sorpresas que descubrir y que mostrar. Con él y con tantos cineastas como él. Es un no parar. La lupa es la herramienta de trabajo más maravillosa que hay para explicar, mostrar y demostrar lo que es la música de cine.
FELIZ NAVIDAD!
P.D.: todos cometemos errores, claro. Por un lapsus, al principio del vídeo, cité Richard Lester en lugar de Donner para referirme al director de The Omen. Quede constancia. El vídeo fue subido a YouTube pero como tantas veces ha sido bloqueado y está en fase de impugnación, por lo que ya no puedo rehacerlo. Lo he subido provisionalmente a otras plataformas mientras se resuelve la contingencia.