El pasado miércoles se cumplieron dos años de la muerte de Ennio Morricone, pero su ausencia sigue y seguirá siempre compensada con creces con su presencia en forma de incontables obras maestras que le han convertido en un compositor de cine inmortal. Como todo artista -incluidos los geniales- tiene obras mejores y obras menores, creaciones más interesantes y otras que no lo son tanto. Teniendo en cuenta la ingente cantidad de bandas sonoras que firmó -muchas, según explicó, por razones meramente económicas-, es lógico que haciendo una nota media global el resultado sea algo inferior al de, por ejemplo, un John Williams que no necesitó aceptar según que filmes para mantener a su familia.
John Williams es un genio al que adoro y al que respeto y admiro vehementemente, y estoy dispuesto a aceptar que formalmente es mejor compositor de música, pero prefiero a Morricone, al que creo mejor cineasta. No es mejor pintor el que mejor pinta o escritor el que mejor escribe sino aquél que, a través de sus cuadros o de sus textos más aporta al arte al que sirve, más lo cambia, lo mejora, lo transgrede, lo singulariza... y, por supuesto en mi opinión, Morricone aportó, cambió, mejoró, transgredió y singularizó la música de cine como ningún otro compositor. Sus westens para Leone, por ejemplo, son moldes únicos: nadie jamás había hecho antes algo parecido a, por citar un solo ejemplo, Il buono, il brutto, il cattivo (66), una banda sonora incomparable, única, absolutamente radical y rompedora. Afortunadamente para el Séptimo Arte en general y para el arte que hay en la música de cine en particular Morricone tiene unos cuantos cuadros de ese nivel: en las innumerables veces que me han pedido una lista de las diez mejores bandas sonoras de la Historia del Cine soy incapaz de bajar de cuatro las que atribuyo al romano.
No era perfecto (algo que importa bien poco porque eso le hacía más humano) y, allá donde por ejemplo yo no sé encontrar en Williams una banda sonora en la que poder señalar errores de peso, en Morricone sí creo poder hacerlo con convencimiento, como la a mi entender errónea The Untouchables (87), tal y como expuse argumentadamente en vídeo. No es el caso de Williams, por supuesto, pero hay perfecciones que aburren e imperfecciones que fascinan, y a mí me fascina Ennio Morricone. Respeto cualquier otra opinión, no me arrogo verdad alguna, pero yo con Ennio Morricone he aprendido sobre el arte de la cinematografía como con ningún otro compositor. He aprendido con muchísimos de ellos (Williams, Goldsmith, Herrmann, Rózsa, Takemitsu, Horner, Zimmer, Nieto, ¡tantísimos!) pero mi maestro por excelencia ha sido siempre Morricone. Por ello, y que nadie se enfade por mi elección, yo siempre preferiré a Ennio Morricone.