Parece increíble y es admirable que un anciano de 91 años haya podido asumir una banda sonora como la de Indiana Jones and the Dial of Destiny (23), que por su complejidad dejaría agotado a cualquier compositor joven. Pero John Williams, aparte de demostrada vitalidad, tiene un oficio inalcanzable de momento para ninguno de esos compositores jóvenes, el oficio que dan los años largos de trabajo, de experiencia, de conocimiento del medio y de la sabiduría que permite ser resolutorio y expeditivo sin innecesarias pérdidas de tiempo ni de energía. Y de la autoridad que le da el no tener que pasar por el infierno que muchos de sus colegas pasan cuando gentes de la industria que no tienen ni la más remota idea de música cuestionan al compositor o le imponen cambios de rumbo. Es obvio que Williams escuchará, tomará nota y dialogará con el director intentando encontrar la mejor solución, y seguramente dudará como cualquier artista, pero es obvio también que a Williams ni se le cuestiona ni se le hace saber que es un empleado al servicio de quien le contrata, alguien de rango inferior.
Williams tiene final porque su camino vital va a terminar mucho más pronto que tarde, pero todo lo que representa no debe morir con él: la música exquisita, pura, amada y cuidada en cada una de sus notas; el compromiso con el arte cinematográfico, con el valor de la suma y de la responsabilidad con la dramaturgia y la narración; el compositor como cineasta que no pone música a imágenes sino que crea imágenes con ella; el respeto, dignidad y consideración por su profesión y la aportación... ¡tantas cosas!
No sabemos si Williams hará más películas o si preferirá terminar su vida descansando y disfrutando de su familia. Si es lo que escoge bien ganado lo tiene, aunque los demás nos quedemos sin más obras suyas (¡como si no tuviéramos bastantes!). Pero la muerte real de Williams solo lo será si el cine decide que tras él ya no hay lugar para compositores como Williams. Porque si fuera así y si realmente la industria y el público creen anticuada ese tipo de música -y no son pocos los que lo piensan-, entonces morirá también la idea del compositor como artista con criterio y solo quedará la exigencia del compositor como artesano con oficio pero sin creatividad, trabajador a demanda que entrega lo pedido sin cuestionar nada, ya sea por desidia o por miedo.
En la música de cine hay cada vez más artesanos que artistas, y la mayor parte de estos últimos están envejeciendo. Por eso hay que dar apoyo a todos esos compositores y compositoras que representan o quieren representar todo aquello con lo que se ha significado Williams en su carrera: la música de cine como arte, como trabajo de orfebrería. Si es así, y ojalá sea así, Williams no será un final sino un capítulo glorioso en la larga Historia de la música de cine.