Videojuego, anexo de Castlevania: Lords of Shadow (10). Más de dos décadas después, el clan de los Belmont se encuentra de nuevo con su destino entrelazado con las sombras. Consumido por la oscuridad, Gabriel se ha convertido ahora en Drácula y solo sus antepasados tienen el poder de detenerlo.
El compositor arranca esta nueva entrega de la saga con un tema lírico pero que hábilmente resulta un mero espejismo, una falsa esperanza, pues inmediatamente se sumerge -y hace sumergir- en un tsunami de lava donde una sucesión de temas infernales toman el control absoluto. Son músicas diabólicas, agresivas, algunas de ellas arcaicas y primarias y otras elaboradas y sofisticadas, pero todas ellas crueles, implacables, inmisericordes. Es el absoluto poder del Mal, de lo perverso y de lo retorcido. Es un ataque en toda regla que aparenta ser caótico y descontrolado, aunque el agobio, la saturación, la asfixia provocada no hace sino responder a una estrategia bien calculada, en la que la música avanza sin dar tregua. Hay momentos, en el desarrollo, en que el lirismo dramático aparece para dar cierto oxígeno, luz y respiro, pero no tarda en ser de nuevo engullido y destruido... y así hasta llegar a un final en el que el compositor libera al tema principal, que, aunque bello, resulta comparativamente débil, agotado y sin fuerzas. Ni en eso tienen piedad. Inexplicablemente, la falta de presupuesto obliga a que la mayor parte haya sido echa con midi y no orquesta real.